Hijos del Mar
El Terminal es pequeño. Su entrada es adornada por una variedad de diminutos restaurantes que te ofrecen todo lo imaginable que se puede hacer con los frutos del mar, y lo inimaginable también. A medida que te adentras en él, el hedor a pescado empieza a apoderarse del ambiente; al fondo, antes de llegar al muelle, es la zona de los pescadores.
Ahí, entre redes y carnadas encontré a Juan. Es un hombre alto, de tez morena, con manchas producidas por el sol. Sus manos ampolladas y una mirada de cansancio son testigos vivos del duro trabajo que realiza todos los días.
La conversación empezó con un intercambio de bienes por especies; bueno, dinero por pescado, digamos que era lo justo para que se soltara y quisiera hablarme. "¿Qué tal, como va la pesca después del terremoto?". Tenía que empezar hablando con algo que le cause interés. "Difícil joven, la mar aún sigue muy picada". "¿Si está muy picada no entran?". "No, a la mar se la respeta, es como tu padre diciéndote `No quiero que vengas a garrar mis cosas´. Y al padre no se le desobedece". "Cómo hicieron los días después del terremoto, supongo que estaría más picado aún". "Sí pues, por eso le digo que difícil, los primeros días después del terremoto nadie se metió. El año pasado hubo también un temblor y la mar estaba picado, aunque menos, pero picado y dos compañeros desaparecieron, hasta ahora no se les encuentra sus cuerpos. Por eso esta vez nadie quiso meterse, recién al tercer día nos metimos. La mar aún seguía brava, pero la necesidad ganó, tenía que traer algo para la casa". "Pero… ¿La pesca ahora ya se normalizó?". Con un gesto de preocupación, mientras ordenaba sus redes, me dijo "No, antes nosotros pescábamos acá nomás, buscábamos los peces junto a las rocas, pero ya no hay. Ahora tenemos que irnos hasta el fondo".
En ese momento, hubo una interrupción; era María, la señora a la que Juan le había encargado que corte los peces que compré. Fue un buen momento para cambiar de tema y saber un poco más de su vida.
"Y… ¿Hace cuánto que pescas?". "Yo tengo pescando treinta años, empecé a los diez". "A los diez, ¡asu!, ¿Cómo así?". "Mi padre también era pescador, así que él me trajo a los diez y, bueno, acá estoy ahora". "¿Tú tienes hijos?". "Sí, tengo dos, una mujer y un varón". "¿Y tú vas a seguir con la tradición, tu hijo también va a ser pescador?". En ese momento dejó de arreglar sus redes, subió la mirada, justo a la altura de mis ojos y con un tono tajante, que rompió la pausada conversación me dijo "No, por eso me mato tanto trabajando, yo quiero para ellos algo mucho mejor; no es que no le agradezca a la pesca todo lo que tengo, ni a la mar. Pero el trabajo acá es bien duro, yo no quiero eso para mis hijos. Mi hija estudia educación, y el muchacho quiere algo de sistemas". La cara de satisfecho, de saber que estaba haciendo un buen trabajo con sus hijos lo colmó. "Sí, la educación es muy importante". "Claro, pues joven, la cosa no es quedarse acá, sino, progresar". Me quedé satisfecho con su comentario, ya sabía que me había otorgado bastante de su tiempo, así que me despedí. Estiré la mano y le dije "Adiós, ya regresaré de nuevo para comprarte a ti". Juan también estiró su mano "Hasta luego, joven, lo espero el próximo fin de semana".
2 comentarios:
Melissa:
eso es lo que se necesita, gente que piense en el progreso y no quedarse en la mediocridad, claro que sin ofender a los pescadores. Me refiero a gente que a las justas ha estudiado primaria.
Muy buena tu entrevista!! dime y regresaste donde Juan??
Muchas veces es la universidad de la vida es la que te enseña mejor las cosas!!
... =)
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