El límite de la cordura
Levanto la mirada; me encuentro entre las fértiles tierras de Lurín con una vista impresionante a las costas de Pachacamac; la brisa de mar y el radiante sol me acompañaban esa tarde. Aunque podríamos estar imaginándonos una gran casa de playa, esto es todo lo contrario. Estoy en la entrada de “Las Palmas Zona E”, un pueblo joven en la parte más alta de un cerro.
No pasaron ni cinco minutos de estar caminando por la zona, cuando una robusta señora de tez morena me interceptó tocando el pito que tenía en la mano. Luego, con un tono de militar, me preguntó: “¿Quién es usted?, ¿Qué hace acá?”. Ante lo ‘amical’ de las preguntas, no dudé en decirle que era estudiante de universidad. El tamaño de la señora me cohibió, mientras que al mismo tiempo un señor me tomaba fotos.
Luego de presentarme, la enorme señora prosiguió a hacer lo mismo. “Buenos días, disculpa si te sentiste agredido, pero soy Ludomila Arroyo, la encargada de seguridad. En estos días estamos con varios problemas de infiltrados que vienen a fregar”. Sentí que aún no me creía y tuve que decirle que era estudiante de comunicaciones y explicarle el porqué de mi visita.
De pronto escuché: “Vecina, vecina”. Y una pequeña señora, de cabello corto, baja estatura, piel canela y un ovalado cuerpo se acercaba donde nosotros. “¿Qué tal? Buenos días, soy Jacinta”. “Buenos días señora”. “Disculpa vecina y el joven ¿Quién es?”. Sin la necesidad de intermediario le dije “Soy Víctor, estudiante de comunicaciones en la universidad”.
Jacinta me comentó del problema que están pasando “¡Ay, joven, no sabe!, acá estamos hartos del alcalde de Pachacamac”. “¿Por qué señora?”. “Es un bandido, el otro día vinieron a hacernos los planes de saneamiento y él mando a su gente y botó a los ingenieros”. “Momento Jacinta, explícale bien al joven, que así no va a comprender nada”. Ludomila no se alejaba mucho de la verdad, no tenía ni idea a que se refería; supongo que debido a mi rostro de desconcierto fue que la interrumpió.
Con un tono ya menos excitado empezó: “Bueno, nosotros vivimos acá hace más de treinta años, de los cuales veníamos aportando los tributos a la municipalidad de Pachacamac, pero ya no más. ¡Mira! De qué sirve haber pagado veinticinco años si aún seguimos rodeados de tierra”. Ludomila intervino y, entre risas, mencionó: “Imagínate que nos cobraban por áreas verdes, ¡Áreas verdes!, ¿Acaso ves alguna área verde por acá?”.
Me contaron varios problemas, entre los que resaltaron “… y el colegio, son sólo dos salones, divididos cada uno en dos. Ahí ya no entran más chicos; nosotras queremos mandar a los chicos al colegio, pero en un salón hay chicos de primer grado como de cuarto y así no van a aprender nada”. Yo le daba la razón asentando la cabeza cada vez que decían algo que me parecía.
Jacinta también dijo que no tenían posta médica y si alguien se enfermaba en la noche, no había nada que hacer. Con una frialdad ganada por la resignación, Ludomila me contó: “Yo perdí así a mi hijo, tenía cinco meses de embarazo y a las dos de la madrugada me vino un principio de aborto. Ni mi esposo, ni nadie me pudo ayudar, la posta más cercana estaba a eso de una hora”.
Después de escuchar los problemas comprendí el porqué de la molestia de los pobladores con el alcalde, pero me di con la sorpresa que eso no era todo. Los residentes empezaron a recibir ayuda de parte de la municipalidad de Lurín, haciendo algunas obras por el lugar, cosa que en treinta años la municipalidad de Pachacamac nunca había hecho. Entre esas obras están los planes de saneamiento que el alcalde de Pachacamac no dejaba realizar.
“Nosotras hemos llegado a un acuerdo con el alcalde de Lurín. Ellos hacen obras para nosotros y, después de tenerlas, les pagaremos a ellos los tributos”, dijo Jacinta, mientras que Ludomila ya empezaba a hablar nuevamente: “En cambio, el alcalde de Pachacamac, sigue enviando a sus hombres para impedir que Lurín haga algo, con el pretexto que nuestra zona es un límite en controversia, por lo que no se puede hacer nada ahí”.
“No es justo, pues, joven. Nosotros queremos salir adelante y no nos dejan, ¡estamos en Lima!, y no tenemos ni agua, no tenemos pistas ¡ay!”, reclamaba Jacinta, mientras que su cara se ponía morada de la cólera.
En ese momento, un camión repleto de cebollas para frente a la casa de Jacinta que, dicho sea de paso, es también el comedor popular de la zona. Del camión baja un hombre, era Vicente, el esposo de Jacinta. “Gracias por el aventón. ¡Ya sigue, sigue no má!”, le dice al chofer del camión.
Jacinta me presentó y le comentó que me estaba explicando todos los problemas que les ha causado el alcalde. “Buenos días joven. Y ¡sí!, este alcalde es un maldito, ni a mí, ni a Jacinta nos recibe en su despacho, no quiere saber nada de nosotros, dice que somos unos revoltosos”. Con tono de preocupación Jacinta dijo: “Ojalá no quisiera saber realmente nada de nosotros, en cambio, ha mandado a tomarle fotos a mis hijos y eso sí me preocupa. Por eso tanta seguridad la que estamos teniendo ahora”. Como excusándose por el pitido, las preguntas y las fotos que me tomaron.
Mientras los dos hijos de Vicente jugueteaban entre sus piernas, su cara demostraba su preocupación, y me explicaba el temor que tenía por el futuro que iban a tener sus hijos, con una mala primaria y, con suerte, secundaria, si ésta se llega a construir.
“¡Pero eso sí! acá no hay pandilleros, ni ladrones, acá hay pura gente trabajadora”, decía Ludomila con orgullo. “Nosotros no dejamos que las barras, ni las pandillas entren por acá, o que nuestros hijos sean unos futuros delincuentes. Con lo poco que tenemos, nosotros los queremos llevar por el buen camino”, decía Jacinta, y afirmó que podía caminar tranquilo por la zona, porque nada iba a pasar.
Vicente mencionó que los chicos no sólo no están metidos en drogas o en pandillas, sino que han formado un pequeño grupo de fulbito, el cual acaba de salir campeón y Jacinta, que demostró ser la más suelta de huesos, aprovechó para decir “¿Por qué no nos ayuda trayendo pelotas de fútbol para los chicos?” Haciéndoles señas a estos para que apoyen su moción: “Sí o no, chicos, además acá los muchachos son los campeones en fulbito y todos los domingos se hacen pequeños campeonatos”.
Sin pelos en la lengua y apoyando la moción de Jacinta, Ludomila dijo “Y ya se viene la navidad, y la navidad es de los niños. Así que aceptamos cualquier apoyo que se pueda”.
En ese momento, sabía que me habían puesto en jaque, y era jaque y mate “Bueno no les prometo mucho, pero aunque sea conseguiré las pelotas”. De esa manera estábamos quedando y decidiendo una fecha para poder llevar las pelotas. Cordialmente, me despedí de Jacinta y Ludomila y ellas también de mí “Hasta luego joven, lo esperamos pronto”. Me di la mano con Vicente despidiéndome, él me miró directamente a los ojos, talvez de esa manera me quería decir que estábamos sellando un acuerdo.
¿Entre la espada y la pared? Letreros de distintos partidos políticos, distinta ideología que pugnan por un mismo terreno.